El término novatores aparece por primera vez en una obra de Francisco Polanco, religioso de la Orden de los Mínimos, titulada Dialogus physico-theologicus contra philosophiae novatores (1714), en la que se les reprocha ese intento de renovación y de introducción de doctrinas más liberales, ya que podrían resultar peligrosas para la fe al suponer estas reformas una intrusión del laicismo en las investigaciones filosóficas y religiosas. Por ello a los novatores se los tachó de soberbios y se les imputó herejía. Frente a estas acusaciones los novatores de defendieron recurriendo a algunos antiguos de los cuales afirmaban que eran herederos. Por ello los novatores se presentan como una vuelta a la pureza de las doctrinas tergiversadas y mistificadas por la escolástica. Siendo la Eucaristía el tema en que más disintieron novatores y escolásticos.
Los novatores siguieron más bien a Pedro Juan Núñez, Pedro Juan Monzo, Juan Bautista Monllor y Bartolomé José Pascual, que establecieron la distinción entre el Aristóteles griego y el escolástico. Podemos distinguir varias generaciones de novatores. Hubo núcleos en distintas ciudades como Madrid, Zaragoza o Sevilla, aunque destacó Valencia. Valencia parece haber sido la primera en alcanzar un grado de madurez. De tal modo que la obra de Juan de Cabriada , novator Valenciano, ha podido ser considerado como el auténtico documento fundacional de éste movimiento en nuestro país, principalmente por tres motivos: el primero por la defensa de la experimentación como fundamento de la ciencia moderna; el segundo por la adopción de la iatroquímica -sistema médico basado en la interpretación de los procesos fisiológicos, patológicos y terapéuticos ; y el tercero y más importante por la nueva actitud mental que implica el reconocimiento del atraso científico español y la necesidad de recurrir a la producción extranjera como medio de superarlo (a Andrés Piquer se lo considera heredero de los primeros novatores Valencianos). Sus obras solían estar escritas en lenguas modernas ya que las preferían a las lenguas clásicas.
Para concluir podemos afirmar que sus demandas de renovación intelectual no tuvieron grandes repercusiones en la época, pero posteriormente ésta doctrina no quedó indiferente.
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